Aquí estamos, en un gran salón, rodeados de gente. Ruido de conversaciones y risas, música, copas chocando por los brindis. Y de repente, nos miramos y todo desaparece. Ya solo estamos tu y yo.
Mi mirada va de tus ojos a tus labios, dejo que reflejen lo mucho que deseo besarte, lamerte, morderte…
Captas el mensaje. Das una respiración profunda, bebes un trago de tu copa y apartas tu mirada de la mía. Intentas calmarte pero el deseo crece en ti.
Vuelves a mirarme, esta vez son tus ojos los que me recorren. De mis ojos, a mis labios y siguen bajando hasta perderse en el escote de mi vestido. Y vuelta a empezar. Una y otra vez. Hasta que ya no puedes más.
Me tomas por la cintura y me acercas a ti. Bajas la cabeza, tus labios rozan mi oreja y me susurras… «Vamos a casa«.
Tres palabras. Tan escuetas, simples, cotidianas… Y, sin embargo, llenas de promesas, de deseo, de pasión, de ti, de mi…